domingo, 14 de septiembre de 2025

TOÑITO CASTAÑEDA: EL COCHERO QUE CABALGÓ EN LA MEMORIA DE SAN CRISTÓBAL


La historia oral cuenta que Toñito Castañeda llegó desde San Pedro de Macorís a San Cristóbal en tiempos difíciles, posiblemente traído durante el régimen como parte de los traslados que buscaban reorganizar oficios y servicios. De origen español, se estableció con firmeza en la ciudad y rápidamente se convirtió en un personaje pintoresco y respetado por su forma de ser y por la calidad de su servicio.

Su carruaje destacaba por ser más fuerte y de mejor calidad que los de sus colegas. No era necesariamente el más elegante en su vestir, pero sí el más respetuoso y confiable, cualidades que marcaron su reputación.

En una época en que el rugir de los automóviles apenas empezaba a desplazar a los caballos, los cocheros eran la sangre que recorría las venas de la ciudad. Transportaban niños a los colegios, damas al mercado, familias a la iglesia. Su labor no era solo llevar pasajeros: era conectar la vida cotidiana con la seguridad y la confianza.

Eddy Pereyra recuerda que, de niño, se montaba “chico atrás” en el coche de Toñito, y a diferencia de otros cocheros, él nunca le daba fuetazos a los muchachos. Ese gesto, tan sencillo, refleja la humanidad que lo distinguía.

El parquedero de los coches estaba en la calle Padre Ayala, frente al parque Duarte, un lugar que quedaba impregnado del fuerte olor a orina de los caballos. Allí, entre el bullicio y el olor característico, se tejían las historias de un pueblo que aún no conocía la prisa moderna.

El escritor Ramón Puello Báez recogió en sus crónicas la importancia de los cocheros como cronistas ambulantes: hombres que sabían quién iba al colegio, al mercado o a la iglesia, porque eran testigos de los recorridos diarios. Sus coches no solo transportaban cuerpos, sino también historias, secretos y sueños.

El recuerdo de Toñito se une al de otros cocheros, pero con un matiz especial: su trato respetuoso, su puntualidad y la calidad de su carruaje. Su figura evoca un tiempo en que el transporte era también un acto de confianza y de humanidad..

Su oficio de cochero lo convirtió en pionero del transporte escolar en San Cristóbal.

Se decía que su coche podía resistir viajes largos y pesados, lo que le dio ventaja frente a otros.

Su llegada desde San Pedro muestra cómo el oficio de los cocheros estaba interconectado con otras ciudades, siendo parte de un entramado social más amplio.

Muchos jóvenes de la época lo recuerdan como un hombre justo y ecuánime, rasgo que marcó su legado.

La llegada de los taxis públicos y las motocicletas fue desplazando poco a poco a los cocheros. Toñito resistió lo más que pudo, confiando en que la dignidad del trabajo bien hecho le daría un lugar en el futuro. Pero la modernidad no perdona: la prisa urbana terminó por arrinconar ese mundo.

Su lucha fue silenciosa, pero profunda: sostener un oficio tradicional frente a la irrupción de la modernidad, defendiendo la cultura del respeto y la confianza en un tiempo en que todo empezaba a acelerarse.

Aunque los detalles exactos de su muerte no se han documentado ampliamente, lo cierto es que Toñito partió dejando un vacío en la memoria urbana. Su nombre no quedó en tarjas ni en calles, pero sí en los recuerdos de quienes de niños subieron a su coche o de quienes confiaron en él para llegar puntuales y seguros.

Hoy, su legado invita a reflexionar sobre cómo la historia se construye también desde los oficios sencillos, desde los héroes cotidianos que, sin discursos ni títulos, enseñaron la ética del respeto y la confianza.

San Cristóbal debería honrar a Toñito y a todos los cocheros con un gesto tangible:

Una tarja en la calle Padre Ayala, donde estaba el parquedero.

Una fotografía en el archivo municipal, recuperando su rostro.

Un homenaje en la feria cultural, recordando que los cocheros fueron pioneros del transporte escolar y guardianes de la seguridad infantil.

Porque recordar a Toñito es rescatar la dignidad del trabajo humilde, la memoria de un pueblo que se movía al ritmo de los cascos de caballos y no de motores.

La vida de Toñito Castañeda nos recuerda que la elegancia no está en la ropa, sino en la actitud, y que la dignidad se cultiva en lo cotidiano. Su historia es una metáfora de cómo San Cristóbal caminó hacia la modernidad sin olvidar a los hombres que hicieron posible la vida diaria.

Hoy, al invocar su nombre, volvemos a escuchar el eco de los cascos sobre la tierra, el murmullo de los niños en uniforme y el silbido de un cochero que no necesitaba fuete, porque su respeto bastaba para marcar el camino.

Qué opinas, cual fue tu experiencia. Comenten!! 

No hay comentarios:

Publicar un comentario