Los teléfonos inteligentes de nueva
generación o smartphones son auténticos devoradores de batería.
Las ‘pilas’ de nuestros teléfonos o
tablets tienen una capacidad específica según cada modelo.
El ‘aguante’ del terminal se mide
en miliamperios-hora (mAh). El iPhone 5, por ejemplo, tiene una batería de
1440mAh, mientras que el Nexus 4 posee 2100mAh.
Todo dispositivo móvil dispone de
un procesador, el motor central, que es el que se encarga de realizar todo el
trabajo.
Este procesador puede funcionar a
distintas velocidades y las autoajusta según la necesidad de cada momento y en
función del número de tareas que necesita realizar.
Cuanta más velocidad toma un
procesador, más consumo de batería se produce.
Y claro, estar conectado a Internet
y descargar datos es una de las principales causas de porqué finaliza antes la
vida útil de nuestro terminal, antes de volver a pasar por una recarga.
Una buena idea para evitar estos
gastos es la de eliminar o aumentar el intervalo de actualización de
notificaciones de ciertas aplicaciones sociales, por ejemplo (Facebook,
Twitter).
En lugar de avisar cada hora, mejor
cada dos.
Otra idea es que, a pesar de que el
WiFi consume más batería que el 3G, siempre sale más a cuenta realizar descargas
cortas para reducir el gasto de batería.
Los cambios constantes de cobertura
o el rastreo de redes móviles producen otro gasto considerable de batería.
En ocasiones, si no estamos
utilizando el móvil (o no estamos utilizando acceso a Internet) es incluso
aconsejable habilitar el modo avión.
Así se desconectan todas las
funciones inalámbricas.
La función del GPS también debería
estar apagada, excepto cuando la quieres utilizar y el flash de la cámara y el
brillo de las pantallas son otros elementos que gastan bastante.
El brillo, por ejemplo, se puede
ajustar automáticamente al mínimo.
Escribir mensajes o utilizar el
teclado con la vibración o el sonido por pulsación activos, también consume
bastante batería.
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