sábado, 15 de noviembre de 2014

CONSUMIR MENOS CARNE














Tenemos el cambio climático hasta en la sopa.

Pero el consumo de carne y la manera en que nos alimentamos los 6.400 millones de seres humanos que habitamos el planeta afecta al aire que respiramos, además de tener un claro impacto social.

Como el hombre está hecho de la naturaleza que lo rodea, interactúa con ella, se sirve de ella para alimentarse y forma parte de esa naturaleza de manera activa, vincularemos lo social a lo medioambiental.

Un grupo de científicos y expertos lograron el año pasado sensibilizar a millones de personas sobre la destrucción del planeta por un modelo de consumo basado en los hidrocarburos.

Pero la mejora en los hábitos alimenticios, queda pendiente.

Una de esas mejoras consiste en consumir menos carne.
En casi medio siglo, el consumo humano de carne en el mundo se ha cuadriplicado.

El consumo individual de carne se ha duplicado en ese mismo periodo de tiempo, con la previsión para 2050 de que ese consumo se vuelva a duplicar.

Aunque el consumo mundial de carne no sea equitativo, los promedios están por encima de lo que la Tierra puede aguantar.


Casi un tercio de la superficie de tierra libre de hielo de nuestro planeta está dedicada o relacionada de alguna manera con la producción ganadera, generadora del 18% de los gases de efecto invernadero.

Otro 13% proviene del transporte y otro 19,4% de actividades industriales, según el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático de las Naciones Unidas.

La ganadería utiliza un tercio del terreno agrícola mundial para producir comida de animales, un proceso relacionado con la deforestación de bosques tropicales, principalmente en Latinoamérica, donde la explotación ganadera ha crecido en un 4% en los últimos años, cuando la media mundial está por debajo del 2%.

Brasil y Argentina suplen la demanda de cereales para alimentar al ganado del este asiático que, debido a la pequeña extensión territorial y a la escasez de tierras cultivables, tienen que importarlos.

El aumento de producción de cereales para su importación ha tenido un precio: una creciente deforestación, acompañado de expropiaciones de tierra, desalojos, amenazas e, incluso, asesinatos por mafias clandestinas dedicadas a la tala y al tráfico de maderas protegidas.

En Centroamérica, el área forestal ha disminuido en un 40% los últimos 40 años, periodo que coincide con el crecimiento de la ganadería.

Desde 1990, la superficie de bosques en el mundo que se pierde cada año equivale al tamaño de un país como Portugal, según datos de la FAO.

El aumento en la producción de carne obedece a una transformación en los modelos de consumo en el mundo, controlada por una minoría cada vez más pequeña que decide el surtido de alimentos de las cadenas de los grandes supermercados, extendidos por todo el mundo “desarrollado” y en expansión en países que anhelan serlo.

Tal es el caso de India y China que, con 2.300 millones de habitantes, están disparando el consumo mundial de carne.
En China, el consumo de alimentos de primera necesidad como el arroz ha disminuido de manera considerable, pero la demanda de carne se ha cuadriplicado desde 1980.

Aunque el gigante asiático ha tenido notables logros en su desarrollo económico y a la hora de paliar el hambre, todavía existen millones de campesinos que padecen hambre.
En el mundo, más de 800 millones de personas sufren hambre o desnutrición.

Aún así, la mayoría de los cultivos de maíz y soya del mundo alimenta animales sacrificados para una minoría.

Como fenómeno más reciente, se destinan miles de hectáreas para cultivar toneladas de soya argentina no para alimentar a esa población hambrienta, sino para que algunas personas puedan conducir su coche sin cargo de conciencia.

Por eso, Naciones Unidas habla de “crimen contra la Humanidad”.

El consumo excesivo de carne es propio de sociedades que están viendo crecer niños con menos esperanza de vida que sus padres a su edad o con altas probabilidades de desarrollar diabetes por sus hábitos alimenticios.














Tendremos que plantearnos dietas menos dependientes de la carne y más equilibradas no sólo para digerir todos estos datos, sino para mejorar nuestro cuerpo, nuestro entorno y nuestra sociedad

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