Los habitantes de Barrow, al norte del Círculo Ártico,
ven la línea costera retroceder hasta 19 metros por año. El calentamiento
global selló el destino de esa zona agreste de donde los lugareños pronto
deberán retirarse
La localidad de Barrow y los pueblos alrededor estarán
sumergidos por el agua en un futuro próximo, según advirtieron los científicos
(Jonathan Newton/The Washington Post)
A mediados de este siglo, la localidad de Barrow y los ocho pueblos a su
alrededor estarán bajo el agua. Quedarán sumergidas las casas, la
tundra y los caminitos que atraviesan esa remota zona de Alaska, en Estados
Unidos, a unos 500 kilómetros al norte del círculo ártico. Ninguna obra pudo
–ni el dragado del suelo, ni los muros de contención- frente a la arrolladora
realidad: el agua avanza, bajo el efecto del cambio climático.
"El retroceso de la línea costera es de entre 9 y 19 metros por
año", dijo el geomorfólogo Robert Anderson, de la Universidad de Boulder, que
estudia los cambios del paisaje en Alaska desde 1985. En 2000, el especialista
dio por primera vez el alerta. El aumento del nivel del mar, el calentamiento
global y el derretimiento del permafrost -la capa de suelo congelado- ya
estaban en marcha. "Es frustrante", dijo el experto
a The Washington Post.
Cuando el hielo se derrite, la costa queda expuesta al viento, las
tormentas y el mar que se rompe contra el litoral y acelera la erosión. A
medida que se aleja el hielo de la costa, cobran más fuerza las olas que
ascienden hasta 6 metros de altura cuando llegan a tierra, explicó Anderson.
"Lo único que podamos hacer es mover nuestros pueblos hacia el
interior", dijo al diario estadounidense Mike Aamodt, el ex alcalde
interino de Barrow y de los pueblos vecinos del distrito de North Slope, que se
extiende sobre más de 230.000 kilómetros cuadrados.
Mapa de la zona amenazada por al aumento del nivel del
mar (Denise Lu/The Washington Post)
El acceso a Barrow es aéreo exclusivamente, salvo en los meses
de verano cuando se abre la ruta marítima. Los poco más de 4.000
residentes cuentan con una oficina de correo, una comisaría, un
destacamento de bomberos y una escuela secundaria -con una
pista y una piscina, ambas cubiertas, para sus 200 alumnos-. Además, disponen
de un centro recreativo, una hospital con 14 camas, algunas iglesias y un
puñado de restaurantes de familia. No se encuentran cines en 1.600 kilómetros a
la redonda, ni venta de bebidas alcohólicas, ni vida nocturna.
Hay campos petroleros a unos 300 kilómetros al este, en Prudhoe Bay, pero
salvo por algunos logotipos corporativos que se exhiben en los edificios, no
hay señales de grandes petroleras en la ciudad. La naturaleza es lo que atrae a
los que se aventuran hasta allí. Los paisajes agrestes, los lagos que
el crudo invierno transforma en pista de hielo, la tundra marrón y verde bajo
el sol de verano, y los animales: las ballenas, las focas, las morsas y los
osos polares.
A ese confín del mundo también llegan los científicos que estudian el
cambio climático. Las temperaturas promedian los 20 grados bajo cero en
invierno y suben hasta 40 grados en verano. Los lugareños, así también como las
mediciones, indican que la nieve y el hielo alcanzaron el nivel más
bajo nunca registrado.
La zona fue por mucho tiempo el hogar de los nativos Inupiaq,
que vivieron principalmente de la abundante vida marina. La ciudad moderna se
desarrolló con el auge de la caza de ballenas a fines de 1.800,
pero hay rastros de asentamientos indígenas que remontan a 800 años
después de Cristo. Las ballenas gigantes de Groenlandia (o ballenas boreales),
originarias de esa región del Ártico, prosperan con el calentamiento del
mar. No así los seres humanos.
(Jonathan Newton/The
Washington Post)
"A veces tengo esa sensación extraña. Pienso 'Oh Dios, estamos en
el permafrost'", dijo Diana Martin, una Inupiaq nacida en
Barrow, que trabaja en el museo de la ciudad. La ciencia respalda su
preocupación: este año se encamina a ser el más cálido registrado hasta
ahora.
Y a medida que las temperaturas del aire y los océanos se incrementan, así
sucede también con el permafrost, una capa subterránea de suelos congelados,
rocas y agua de miles de años de antigüedad.
El geofísico Gary Clow, que pasó 30 años midiendo las temperaturas en
Alaska, sostiene que el permafrost se calentó cinco grados desde 1990.
Eso hizo que el suelo se ablandara, levantara y cambiara. Y esos cambios
afectaron todo lo que estaba construido sobre él, incluidos caminos y
aeropuertos.
La amenaza no termina ahí: si los depósitos de combustibles o las cloacas
se derraman sobre alguna fuente de agua potable, la contaminación será
enorme y el impacto sobre la salud de la población también.
Cuando los huracanes golpearon la central eléctrica de Barrow en 2000 y
2004, el resultado fue la contaminación del agua potable. Aamodt sostiene que
los estados de emergencia son bastante comunes en la ciudad, y debido a la
crecida de las aguas y la erosión costera, cada año trae la amenaza de
una tormenta que podría borrar la ciudad del mapa.
Enfrentadas con un destino que consideran inevitable, algunas personas
comenzaron a mudarse hacia el interior del continente. Aamodt, por caso, mudó
su cabaña de cacería seis veces desde 1970.
Pero mudar una ciudad entera es caro, mucho más caro que lo que el Estado
puede pagar. Si bien el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, destinó
cientos de millones de dólares para ayudar a las comunidades que ya
están sufriendo el impacto del cambio climático, Aamodt considera que eso no
será suficiente.
Uno de los poblados cercanos a Barrow, Point Lay, tiene 400 habitantes, 40
casas, grandes edificios e infraestructura cloacal, pero según Aamodt
"costaría cerca de 500 millones de dólares mudar esa ciudad". El
presupuesto anual de la ciudad es de 403 millones.
¿Se pueden salvar ciudades como Barrow? Aamodt cree que no. "Nuestra
hora está llegando. Eso podría pasar este mismo año. Es inevitable".
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