La "sociedad o cultura
ambientador" es esa forma de vida afincada en la paradoja de solucionar
los problemas agravándolos.
Este modus vivendi sólo se preocupa
de que los problemas no se vean, ni se huelan, y de maximizar la comodidad
física e intelectual de los individuos. Su máxima de vida es: "Si no veo
ni huelo problemas es que no existen".
La comodidad física conlleva tener
todas las comodidades para no mover un músculo (TV satélite o por cable incluida),
mientras que la comodidad intelectual implica no plantearse nada que pueda
evidenciar el tremendo error de esa forma de vida.
Cuando en un lugar huele mal (en el
servicio, por ejemplo) hay dos formas de actuar: Eliminar el mal olor o
esconderlo con un olor más fuerte.
Lo primero se consigue económica y
fácilmente aireando la habitación, lo cual es aconsejable hacer a diario con
todas las habitaciones de la casa. La segunda solución es poner un
"ambientador", que es un artilugio pensado para que su olor huela más
que otros olores y los esconda, los haga imperceptibles.
Lo paradójico de poner un
ambientador es que no elimina lo que provoca el mal olor y por tanto, sigue
respirándose con las consecuencias negativas que ello pueda ocasionar.
A esas consecuencias negativas hay
que sumar algo peor, las que se deriven de respirar los productos químicos que
volatiliza el ambientador (enfermedades respiratorias, alergias, cáncer...). Al
final uno se traga el mal olor y los productos químicos del que se supone buen
olor, que en muchos casos no es más que un olor de colonia tan desagradable que
uno recuerda con nostalgia las bondades de respirar aire normal, sin olor.
Es claro que el uso de
ambientadores agrava los problemas que se pretendían solucionar. Pero ya no los
vemos ni olemos.
Más aún, hay que añadir otros
problemas que se generan en otros sitios: Contaminación de la industria química
en la fabricación de cada producto, contaminación en su embalaje y transporte,
imposibilidad de reciclar todos los envases y gasto energético en el reciclaje
de los que puedan ser reciclados.
El remate de esta historia son los
modernos ambientadores que gastan energía durante su funcionamiento (energía
eléctrica o a pilas). Todo un derroche para envenenarnos.
La vida en los países
industrializados, bien podría llamarse "cultura ambientador", porque
aplica este mismo modus operandi en gran parte de sus costumbres o actuaciones.
Nuestra sociedad no piensa en las
implicaciones de nuestras compras o de nuestros actos más allá de lo que
nosotros somos capaces de ver y oler. Esta comodidad intelectual lleva a los
individuos a lamentar los desastres ecológicos cuando los vemos y a olvidarlos
cuando no salen por TV. Lamentan la contaminación que dicen que hay, pero
siguen abusando de detergentes, suavizantes, limpiadores, disolventes,
lejías... y ambientadores. Lamentan el efecto invernadero pero adoran su
potente coche y su potente calefacción, porque es fantástico estar en manga
corta en invierno y porque en su casa no hay contaminación.
Lamentan el devastador efecto del
cáncer y de las enfermedades cardíacas y circulatorias pero ignoran que en los
países ricos el porcentaje de muerte por cáncer puede triplicar al porcentaje
en los países pobres y que en los países ricos la principal causa de muerte son
las enfermedades cardíacas y circulatorias debido al estilo de vida sedentario,
la mala alimentación, la sobrealimentación y la contaminación (atmosférica, de
interiores...).
Lamentan que haya gente muriendo de
hambre, pero no enlazan ese problema con su propia sobrealimentación. Se llenan
los hogares de objetos sin entender que albergan una energía que se necesita
para otros fines. Se usa el agua sin saber de dónde viene o a donde va...
En definitiva, las sociedades de
los países ricos se lamentan de muchas cosas de las que son ellos los
principales culpables. Esta "cultura ambientador" bien podría
llamarse "cultura ascensor", "cultura gimnasio" o, como
decía el Dr. Rojas Montes, "cultura light" porque se compran
productos light y se va al gimnasio para no engordar, pero luego se usa el
ascensor y se abusa del coche y del consumo de carne o azúcar, por citar unos
ejemplos.
El error radica en no ir más allá
de lo inmediato. Por ejemplo, se abusa del consumo de carne por su sabor pero no
se atiende a quien asegure que es mejor comer poca carne, o a quien asegure que
producir carne contamina más que producir los vegetales equivalentes, o a quien
se atreva a decir que un kilo de carne requiere el consumo de miles de litros
de agua (piensa, por un momento sólo, en toda el agua que beba el animal en
toda su vida y, en otro momento, piensa que hay otros gastos de agua en una
granja). En este abuso tampoco se piensa en el sufrimiento de los animales o de
esas personas que no alcanzan ni a oler el comercio de carne.
La desidia de la "cultura
ambientador" arrasa el medio ambiente. Frente a esto hay que abrir las
ventanas, las ventanas físicas y mentales, y dejar que nuestra casa y nuestra
mente se llenen de aire fresco.
No importa que nuestra casa esté
más sucia si el mundo y nuestra mente están más limpios. No importa que nuestra
casa esté un poco más vacía de objetos, si la mayoría de ellos son
sencillamente inútiles y... cuantas menos cosas, menos preocupaciones.
En realidad no importa que abrir
las ventanas requiera un pequeño esfuerzo, porque merece la pena ver lo que hay
más allá de las cosas: Un mundo hermoso y frágil que necesita ser respetado.
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