Hace 62 años el poderoso huracán Janet se tragó un
avión cazahuracanes con once personas a bordo, entre ellos sus tripulantes y
dos periodistas.
Nunca se hallaron rastros de la nave ni de los ocupantes.
Ha sido el único accidente de este tipo hasta ahora.
Ocurrió en la temporada de huracanes de 1955, el 21 de septiembre, y cuando se supo de la formación del fenómeno detectado por pilotos de la Air France y de Iberia a la altura de las Antillas Menores, temprano ese día, desde allí le empezaron a dar seguimiento.
Pronto Janet empezó a cobrar poderío en alta mar,
su radio de acción era muy grande y afectaba todas las islas de las Antillas
golpeándolas con sus bandas de vientos que miraban al norte, y a Centroamérica
por las bandas del sur, estaba enfilando a la península de Yucatán, en México,
con una ligera desviación hacia Honduras Británica (hoy Belice).
Para el día 26 de septiembre, Janet había cobrado
más fuerza, estaría ascendiendo de categoría 3 en ese momento a categoría 4, es
decir, había pasado de velocidades máximas de vientos de 209 a 249 kilómetros
por hora y seguía escalando en peligrosidad, así que desde Bahía de Guantánamo,
en la isla de Cuba, se despachó una aeronave Lockheed P2V Neptune 3W conocida
en clave como Snowcloud Five (Nube Nevosa Cinco, si bien no se tiene
exactamente qué número militar tenía, se sabe, sin embargo, que pertenecía al
Escuadrón de Reconocimiento Aerotransportado y Detección Temprana (VW-4) de la
Marina de Estados Unidos de Norteamérica.
La aeronave y sus tripulantes tendrían la
peligrosísima misión de entrar al huracán para medir su fuerza y determinar su
posible trayectoria a tierra.
En el vuelo
Al mando del avión bimotor de hélice de pistón estaban el teniente comandante Grover B. Windham Jr., capitán de la aeronave; el teniente Thomas R. Morgan, navegante; el teniente George W. Herlong, copiloto; Julius J. Mann, técnico de segunda clase en electrónica aérea; Thomas L. Greaney, navegante teniente; J. P. Windham, Jr, mecánico de aviación de primera clase; Kenneth L. Klegg, aviador; Joseph F. Combs, técnico en electrónica aérea de primera clase y William A. Buck, aerologista.
Sin embargo, estos no iban solos, dos reporteros del periódico canadiense Toronto Daily Star los acompañaban, estos eran el reportero Alfred O. Tate y el fotógrafo Douglas Cronk.
Nunca regresaron
Según iban entrando a las bandas externas de tormenta, iban mandando mensajes radiofónicos de lo que iban viendo, el que vino siendo el último mensaje se envió a las 13:30 GMT, y mencionaba esto:
“Nave de reconocimiento vuelo 5U93, estamos a latitud 15.4° Norte, y 78.2° longitud oeste, con visibilidad de 3 a 10 millas hacia adelante, estamos a 700 pies de altitud, vientos de 50° noreste a 45 nudos por hora, tenemos lluvia intermitente, la presión en la superficie es de 100.3 milibares, los vientos a la superficie giran a 50° Noreste, a velocidad de 45 nudos por hora, iniciando penetración…”.
Y allí se quedó todo, ya nunca más se volvió a saber nada del Snowcloud Five, pasaban las horas y ya no habían más transmisiones y entonces desde las estaciones de tierra se empezaron a imaginar que algo les podría haber sucedido a toda esa gente que salieron a interceptar al huracán Janet.
Posteriormente se inició una búsqueda, se sabe que unos 3,000 hombres participaron cubriendo una amplia zona por donde se supo que habían mandado las últimas coordenadas, y de allí iniciarían un radio cada vez más amplio en busca de restos, o balsas salvavidas con los tripulantes aferrados a ellas, pero primero debían dejar pasar al huracán para luego hacer la labor de búsqueda.
Varios buscadores desde el aire y mar, usando todo lo que tenían a su alcance, intentaban buscar a esos 11 hombres y al Snowcloud Five, y nunca jamás hallaron absolutamente nada, ni un resto, ni un superviviente, nada, Janet se los tragó. Hasta la fecha nunca se ha encontrado nada de lo que fue el Snowcloud Five, y este incidente es, hasta la fecha, el único de pérdida total y mortífera de un equipo completo de cazahuracanes por el lado del Océano Atlántico y Mar Caribe.
Funcionamiento
El vuelo de un cazahuracanes no es simple, ya que tienen que entrar en la tempestad, cruzar la pared de agua del huracán de unos 670 kilómetros de diámetro en el océano Pacifico, en el Atlántico es más pequeño (casi la mitad) e ingresar al ojo del huracán.
Una expedición al ojo de un huracán puede durar hasta 12 horas a mar abierto.
En el avión puede viajar cuatro personas: un piloto, copiloto, navegador y un oficial de reconocimiento del clima.
La nave se dirige al centro del huracán y con la nariz registra la lluvia y la velocidad del tiempo, para después lanzar la sonda de medición en el ojo del huracán la cual reconoce la temperatura, la presión, la velocidad y los vientos de humedad.
Suele suceder que la tripulación viaje con la idea de un huracán de la categoría 2 y al llegar al lugar se topa con uno de categoría 4. Esa diferencia es de cientos de kilómetros. La nave se vuelve a girar y recolecta los datos transmitidos por la primera vez que el meteorólogo transmite la información vía satélite.
La mayoría de los vuelos suceden en la temporada de huracanes, en el Atlántico del primero de junio al 30 de noviembre
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