La actividad humana, a través del uso de artes de
pesca destructivos y de los desechos marinos, es la acción que más “enturbia”
la salud de los océanos, un ecosistema clave en el futuro de
la humanidad por los recursos minerales que alberga pero del que sólo se ha
explorado el 5 por ciento de sus fondos.
La actividad humana, a través del uso de artes de
pesca destructivos y de los desechos marinos, es la acción que más “enturbia” la
salud de los océanos, un ecosistema clave en el futuro de la humanidad por
los recursos minerales que alberga pero del que sólo se ha explorado el 5 por
ciento de sus fondos.
Escondidos entre tinieblas perpetuas y aplastados por presiones
descomunales, la exploración de los casi desconocidos fondos oceánicos son el
último reto a ganar en el planeta, ha señalado en una entrevista con
EFEverde Thierry Juteau, geólogo francés y partícipe en el descubrimiento
de las fumarolas negras del Pacífico.
En ellos se encuentra el futuro -ha advertido el geólogo- para señalar la
necesidad de disciplinar a la población y solventar el problema “acuciante” de
la contaminación de los mares.
ENORME POTENCIAL DE RECURSOS
Cuando los yacimientos de metales en la tierra se agoten se podrán buscar
en el fondo oceánico, porque a unos 5.000 metros de profundidad existe “un
potencial enorme en recursos” como gases, minerales y sulfuros ricos en hierro,
zinc, manganeso, níquel, cobalto o cobre entre otros, ha detallado el geólogo.
Su obtención es un proceso “lento y caro”, se almacenan lejos de la costa y
a dos o tres kilómetros bajo el mar, y por el momento no hay explotación
alguna, aunque sabemos que existen y en un siglo iremos a buscarlos”.
Juteau, catedrático emérito de la
Universidad de Brest (Francia) y recientemente galardonado con el premio
Sociedad Geográfica Española (SGE), ha sido pionero en recorrer durante años el
fondo del mar a bordo de submarinos y batiscafos lo que le ha otorgado un
puesto honorífico en la exploración de los fondos oceánicos.
Su descubrimiento en el fondo del mar
Como si de un personaje de las novela de Julio Verne
se tratara, en sus continuas exploraciones marinas ha demostrado que el
fondo del mar permanece en permanente transformación, reconfigurando la
inmensa cadena volcánica submarina (más de 60.000 kilómetros de largo) que
recorre los océanos del planeta.
A finales de la década de los 70, a bordo del
sumergible Alvin y a casi unos 3.000 metros de profundidad, participó en el
descubrimiento de las surgencias hidrotermales que jalonan las dorsales
oceánicas: las fumarolas negras.
Esas fumarolas -ha detallado el experto en volcanes marinos- son enormes
chimeneas que afloran en la dorsal oceánica del Pacífico y que escupen chorros
de agua muy potentes y activos y de color negro, por los metales que contienen.
“Cuando el agua aflora a una temperatura cercana a
los 400 grados y en la más total oscuridad se genera mucha vida a su alrededor,
una vida donde antes nadie la podía imaginar”, ha explicado Jutteau
emocionado recordando ese momento.
Esa actividad hidrotermal es muy valiosa porque crea un ecosistema
profundo, en zonas calificadas como desiertos biológicos, donde habitan
multitud de cangrejos, gambas, mejillones, bibalvos, pulpos y peces, y todo sin
necesidad de la energía del sol.
Respecto a la composición de los chorros, ha especificado que contienen
grandes cantidades de minerales que a lo largo de millones de años se han ido
depositando para formar yacimientos.
A su juicio, estas fumarolas desempeñan un papel muy
importante por los elementos que liberan en el agua y que repercuten de manera
directa en su composición: “décadas atrás no se conocían por ser
fuentes que provienen de los fondos oceánicos, y aunque en pequeña cantidad,
contribuyen en el balance final de la evolución de las aguas“.
El investigador, que actualmente reside en España, ha asegurado ser
consciente de que desde sus primeros buceos hasta ahora se ha forjado un
“conocimiento más amplio y general” de los océanos, aunque solo represente el 5
por ciento, lo que ayuda a entender mejor la dinámica de las placas y como
controlar la actividad sísmica en el planeta.
Por eso hace un llamamiento a los jóvenes universitarios para decirles que
en las profundidades oceánicas hay un campo infinito de exploración, ha
concluido.
Elena S. Laso
EFEverde
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