Muchas veces
enfrentamos situaciones que nos hacen experimentar miedo, el
síntoma detonador del estrés.
Sentirse así
no es de cobardes, al contrario, es una respuesta de adaptación del ser humano
en defensa de su integridad física y emocional.
Desde que se
dio a conocer la detección del virus de la influenza humana A (H1N1),
mucha gente se ha mantenido al tanto de los informes de las autoridades
sanitarias, usan el cubre-bocas fuera de casa y se lavan las manos con
frecuencia.
El estrés es
un excelente aliado cuando activa nuestras defensas físicas y mentales para
sobrevivir en momentos críticos, pero si es prolongado puede convertirse en nuestro peor enemigo, ya que
puede desencadenar enfermedades como la gripe, alergias, trastornos por
ansiedad, hipertensión, depresión y deficiencias en el sistema inmunológico.
Sobrepasar
la línea entre salud y enfermedad depende mayormente en qué tan fuerte o débil
se encuentra nuestro sistema inmunológico, pues es el encargado de
combatir virus, bacterias y otros agentes patógenos que atacan al
organismo.
El
doctor Benjamín Domínguez, de la Facultad de Psicología de la UNAM,
colabora con un equipo internacional de investigación formado por psicólogos e
inmunólogos interesados en detectar si el estrés prolongado debilita la función
del sistema inmunológico.
“Realizamos
un estudio con víctimas del huracán Paulina en Acapulco. Básicamente
medimos los niveles de la inmunoglobulina A en su saliva, ya que es un
componente muy importante del sistema inmunológico cuya función es similar a la
de un portero en el futbol; en este caso los goles serian los virus y las
bacterias que están tratando de ingresar a nuestro organismo.”
Los
resultados revelaron que quienes se mantuvieron bajo estrés después de haber
sido víctimas del desastre natural tenían un nivel más bajo de inmunoglobulina
A, lo que los hacía más susceptibles a varias enfermedades. Las personas que
sufrieron heridas, pero con un manejo adecuado del estrés, presentaron niveles
normales de dicho componente.
Otra
sustancia en observación de los científicos es la alfa-amilasa salival, la cual
se eleva o disminuye cuando hay infecciones bucales, pero también durante
periodos largos de estrés.
Una gota de
saliva del paciente es suficiente para determinar los niveles de estos
indicadores biológicos de la salud física y emocional.
Actualmente
el doctor Domínguez y sus colaboradores tratan de resolver problemas
tecnológicos con la finalidad de que la prueba salival pueda
realizarse en amplios sectores de la población.
“Por ahora sólo la practicamos a
grupos específicos, pacientes hospitalizados principalmente. Pero si pudiésemos
generalizarla sería posible detectar con rapidez y eficacia a las personas que
verdaderamente requieren de ayuda especializada para manejar su estrés después
de un evento dramático, incluso sin que lo digan”, añade el psicólogo
universitario
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