Estos organismos, llamados
obeliscos, están formados por pequeños anillos de material genético capaces de
producir proteínas completamente nuevas para la ciencia, bautizadas por el
equipo como oblins. Aún no está claro qué funciones cumplen estas proteínas ni
cómo interactúan con otros microorganismos, pero su existencia sugiere procesos
biológicos desconocidos que ocurren dentro de nosotros.
Los obeliscos dependen de una
célula microbiana huésped para replicarse. Los investigadores ya identificaron
un posible anfitrión: la bacteria Streptococcus sanguinis, común en la placa
dental y también presente en la microbiota oral. Sin embargo, todavía es un
misterio dónde más se encuentran estos organismos, cómo se transmiten y qué
efectos tienen sobre sus huéspedes.
Lo más fascinante es que los
obeliscos habían pasado completamente desapercibidos, y podrían representar una
nueva categoría de formas de vida, distinta de virus, viroides u otros
elementos genéticos conocidos. Esto abre preguntas fundamentales sobre su
origen, evolución y función.
En el contexto de los
trillones de microorganismos que habitan nuestro intestino —y que regulan desde
la digestión hasta el estado de ánimo— los obeliscos podrían desempeñar un
papel desconocido.
Si resultan ser parásitos, podrían
dañar bacterias beneficiosas y desestabilizar el microbioma, contribuyendo a
enfermedades metabólicas o inflamatorias.
Si, por el contrario,
mantienen una relación simbiótica, podrían apoyar la estabilidad y diversidad
microbiana, ofreciendo incluso nuevas oportunidades para terapias basadas en el
microbioma.
Por ahora, los obeliscos
representan un rompecabezas extraordinario: una forma de vida diminuta, oculta
y potencialmente influyente, de la que apenas comenzamos a entender su
existencia.
Fuente: Nature

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