Sí, esto es lo que le pasa a tu sangre si te muerde
una serpiente. Bueno, en realidad no cualquier serpiente, pero muchos de los
venenos que emplean estos reptiles funcionan de la misma manera: transforman la
sangre de un líquido que fluye a una masa gelatinosa que no puede moverse. Y de
esta manera, matan a sus presas y pueden alimentarse de ellas.
Estos venenos se conocen como hemotóxicos. La manera
en que funcionan es bastante elegante, si lo pensamos bien. Se aprovechan de la
capacidad de la sangre para coagularse. Cuando un vaso sanguíneo se rompe, las
plaquetas de la sangre cierran las aberturas para evitar una pérdida mayor de
sangre.
El veneno de la serpiente, esencialmente, se aprovecha
de esto. Reacciona con las plaquetas e inicia la reacción de coagulación. Pero
no en una parte determinada, si no de manera masiva. Y como la sangre no puede
fluir, el animal atacado finalmente muere.
Pero, ¿cómo es posible que las serpientes no se vean
afectadas por su propio veneno? Todos sabemos que son inmunes a sus toxinas,
pero la razón de esto tal vez no sea tan bien conocida.
Las glándulas del veneno son, en realidad, glándulas
salivares modificadas. En lugar de crear saliva, que ayuda a desinfectar y
lubricar la comida, generan toxinas de distintos tipos. Sería realmente un
problema que estos venenos afectasen a su portador.
En realidad, no pueden hacerlo. Para que las
serpientes sean capaces de generar veneno, tienen que contar con las rutas metabólicas,
los conjuntos de reacciones bioquímicas coordinadas, destinadas a ello. Es
decir, sus células deben ser capaces de modificar y transformar unas sustancias
en otras, dando como resultado final la toxina.
Y
si cuentas con el mecanismo para crear una sustancia, cuentas con el mecanismo
para deshacerte de ella. Las mismas rutas metabólicas que crean las toxinas
sirven para eliminarlas. Tanto si una serpiente se muerde a sí misma, como si
produce más toxina de la que necesita, el animal cuenta con mecanismos para
eliminar sus efectos
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