Es
importante comprender la esencia del proyecto; en un huerto urbano de pequeñas
dimensiones la prioridad no es la producción de vegetales, sino el cultivo de
valores como la paciencia y la constancia, a la vez que la potenciación de
tesoros como la creatividad y las ganas de mejorar nuestro entorno.
Valorar
el espacio disponible. En función de si disponemos de una
ventana, un balcón, un patio, una parcela o una azotea, el diseño y la
planificación del huerto variarán por completo. Todas las opciones
son interesantes mientras dispongan de unas cinco o seis horas de luz directa
durante los meses de verano.
En huertos minúsculos en
el alféizar de una ventana o en un pequeño balcón, debemos centrarnos en
vegetales de pequeño tamaño y cultivo fácil como pueden ser los brotes para
ensaladas, sean lechugas, canónigos, espinacas o rúcula, entre otros. La clave
será recolectar las hojas tiernas sin permitir que se desarrollen mucho con el
objetivo de obtener una cosecha escalonada y constante.
Si nos
planteamos seriamente la adaptación de una azotea para
realizar una cubierta totalmente verde donde cultivar un huerto es de
suma importancia procurar una buena impermeabilización multicapa que pueda
acoger una capa de unos 40 cm de tierra. La empresas especializadas en
este tipo de trabajos lo presupuestan en unos 35€ el metro cuadrado. Sin duda
alguna, es una magnífica inversión tanto por la ganancia de espacio útil para el
cultivo como por las ventajas en cuanto a aislamiento térmico.
La
principal diferencia entre un huerto en el suelo y
un huerto en recipientes es que en el primero, el trabajo
de la tierra debe ser ligero, respetando el orden de las capas que
forman el perfil del suelo hasta el punto de no labrar ni remover en la medida
de lo posible. En cambio, en un huerto en recipientes, el trabajo
debe ser enérgico y contundente, removiendo bien el sustrato al final de cada
ciclo de cultivo para integrar todos los elementos que lo forman.
Es conveniente aplicar
una capa protectora superficial a base de materia vegetal (paja,
restos de poda, hojarasca, etc.), llamada acolchado o mulching,
para mejorar la retención de humedad y potenciar la fertilidad de la tierra, salvo
tres excepciones: cuando hacemos siembra directa de semillas pequeñas, como en
el caso de zanahorias o rabanitos, ya que necesitan tierra desnuda para poder
germinar. También, si cultivamos el huerto en zonas de lluvias muy
débiles y escasas, y por último, en zonas de montaña muy frías y húmedas o en
ubicaciones sombreadas.
En
entornos urbanos y espacios muy pequeños, en los que sea imposible valorar la
posibilidad de disponer de un pequeño gallinero con un par o tres de gallinas
que cumplan la función biorecicladora, o de un compostador de grandes
dimensiones, la mejor alternativa será decantarnos por el compostaje
con lombrices o vermicompost, que ocupa poco espacio y no genera malos
olores.
El compost,
que en un huerto en el suelo conviene aplicarlo en superficie, en
un huerto en recipientes representa el 25% del volumen total del
sustrato y debemos incorporarlo bien para conseguir una mezcla homogénea,
además de reponerlo después de cada ciclo de cultivo.
Hacer
una buena gestión del riego. Aunque pueda parecer
sorprendente, muchos cultivos pueden morir por falta de agua, pero también por
exceso de riego. Una planta no crece necesariamente más rápido cuanto más la
regamos, y hay que integrar la idea de “tierra húmeda”, que es el término medio
en el que nos tenemos que situar.
Por más
ganas que tengamos de ponernos manos a la obra, debemos ser pacientes y respetar
el calendario de siembra y trasplante de cada planta, ya que cada
especie tiene requerimientos específicos para poder germinar y prosperar.
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